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Herman Melville “Las Encantadas”
Hacia 1846, Melville avista las Galápagos, habían pasado dos siglos desde que los españoles al mando de Tomás Berlanga pisaron por primera vez la isla. A lo largo de ese tiempo las Encantadas o Galápagos fueron tierra de piratas, presos, soldados-reyes, reyes-tiranos, balleneros, fugitivos, náufragos, ermitaños; inquilinos que dejaron en la corteza de las islas, cicatrices que el autor de Moby Dick en 1854, reconstruyó para la revista Putnam´s Monthly Magazine. A lo largo de diez cuadros, Melville retrata un enclave que había servido como refugio, cárcel, Estado o laboratorio-estado y tierra de nadie, que había sido tentativa frustrada de todos los asentamientos planeados por el hombre. Cuando Melville llega las tortugas y los perros, fieles supervivientes de los hombres, dominan el archipiélago: “los vestigios de los ermitaños y las cavidades de piedra no son los únicos rastros de humanidad que se encuentran en las islas”. Cartas abandonadas, animales domésticos, caparazones de tortugas, epitafios y tronos de piratas, no fueron claros avisos o un retrato lo suficientemente desolador para los futuros inquilinos que convirtieron las Encantadas en hotel de ricos, hospedaje de noruegos, y en muro de lágrimas. Hacia 1854, Melville, adelantándose a la historia, retrata en Las Encantadas la expulsión del hombre de las Galápagos.
Un siglo más tarde la humanidad prescindirá de su deseo de vivir sobre ellas.
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