Pancho Fierro - Un acuarelista de fines de siglo.
Durante los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, el Perú, al igual que el resto de la América española, vivió el desgaste del sistema colonial y asistió a la caída del gobierno virreinal que no pudo acomodarse a las exigencias de los nuevos tiempos ni a las necesidades de estos pueblos. En esta etapa de transición, en donde conviven los rezagos placenteros del pasado colonial con las pautas de la nueva organización social y política anhelada, vivió y desarrolló su obra artística el más genuino representante de la pintura costumbrista peruana de entonces, Pancho Fierro. Su vida coincide, pues, con una época convulsionada y apasionante ya que fue testigo de los momentos finales del Virreinato, del nacimiento de la nueva república y de los años en que se fue experimentando el establecimiento de un nuevo sistema político y social.
Los datos biográficos de Pancho Fierro
con que se cuenta son escasos e incompletos y muchos de ellos, al no
poder ser corroborados por documentos, pertenecen al plano de la
tradición y la leyenda. Se sabe, por ejemplo, que su padre se llamaba
Nicolás y su madre Camen; que se casó con Gervasia Cornejo y que tuvo
tres hijos: un varón que murió siendo soldado y dos mujeres cuyo rastro
se ha perdido. Lo qué han podido establecer sus biógrafas es que Pancho
Fierro nació en Lima hacia 1807-1809 y todos están de acuerdo en que su
muerte se produjo el 28 de julio de 1879, víctima de una pulmonía,
cercano a los 70 años de edad.
Descripciones
de la época señalan que era mulato o, como se conoce en el lenguaje
vernacular, de "color honesto", de mediana estatura, grueso, de barba
cerrada; y que se destacaba por su agudeza y habilidad. Su espíritu
inquieto y la necesidad lo llevaron a cambiar varias veces de domicilio
en Lima; incluso existen versiones de que habitó en diversos lugares de
los barrios tradicionales de entonces, como el Cercado y el Rímac y,
que, ya en la madurez, estableció una especie de taller en un predio del
jirón Ices, en el lugar donde funcionaba la tienda de comestibles y
articulo "de fantasía" Broggi y Dora en la que, además, se vendían sus
obras.
Con el correr de los años, la memoria
colectiva y la imaginación limeña tejieron más de una leyenda alrededor
de su persona, tratando de dale a su vida un contenido tan atractivo y
anecdótico como el de su producción pictórica. Hay quienes,
erróneamente, lo vinculan con familias de abolengo a fin de explicar el
conocimiento que Fierro tenía sobre detalles íntimos de salón y de
alcoba, que correspondían mejor a personas de las altas esferas sociales
y políticas, a las que hizo referencia gráfica en sus obras. Otros,
sobreestiman su popularidad como artista, haciéndolo participe del
círculo intelectual y bohemio de la época.
Se cuenta que un personaje de apellido
La Rosa Toro fue el primer coleccionista de la obra de Pancho Fierro,
quien le encargaba al mulato la realización de acuarelas para guardar un
vivo recuerdo de los trajes, instituciones, oficios, usos y costumbres
de la época. Esa misma colección fue la que llegó después a manos de don
Ricardo Palma, quien, curiosamente, no le dedicó una sola línea a la
obra de Pancho Fierro, y más bien la ignoró, ya que no se encuentra un
comentario sobre ésta en su extensa producción literaria y costumbrista.
Sin embargo, Palma se. permitió colocar leyendas alusivas a los temas y
personajes en las acuarelas que elaboró Pancho Fierro, quizás con la
finalidad de completar su valor anecdótico y manifestar que no las
consideraba de mucha calidad en sí mismas. Lo cierto es que en toda la
obra escrita de Palma, y sin que analicemos aquí las razones de la
voluntaria omisión, no encontramos en su abundante producción mención de
la persona y la obra de Fierro.
Por ser un pintor autodidacta, la obra
de Pancho Fierro escapa por completo a los convencionalismos y gustos
estéticos aceptados en su época, los mismos que se identificaban con la
corriente neoclásica y la rigurosidad académica. Su origen popular y el
medio en el que se desenvolvió no le dieron oportunidad de adquirir una
formación plástica convencional. Al parecer no salió de Lima ni tuvo
contacto con los artistas extranjeros que por ese entonces visitaban la
ciudad. Para él no existieron escuelas ni se nutrió de la obra de los
artistas consagrados.
Su arte es, pues, fruto del talento
personal y de un profundo conocimiento de la naturaleza humana; el
público que adquirió sus obras debió ser no tanto el de salón, sino el
de la calle, que se sentía identificado con los temas de sus
producciones. Somos nosotros quienes le hemos asignado a su obra un
carácter testimonial; para él era la expresión de su habilidad vinculada
a la vida cotidiana.
A Pancho Fierro se lo estudia como un
artista singular e indispensable para el conocimiento de una etapa
importante en la historia ciudadana del Perú, ya que su arte registra
formas de vida, pautas de conducta y tradiciones populares de las
postrimerías del Virreinato. En cuanto a su temática, él prefiere los
aspectos costumbristas de su Lima natal, utilizando una técnica en la
que lo rudimentario del oficio se mezcla con la ingenuidad de la
expresión. Como señala Teodoro Núñez Ureta, extraordinario acuarelista y
amante del arte nacional, "hay sin duda ciertas ideas claras en Pancho
Fierro: se ve su liberalismo en el modo de dibujar curas y monjas, su
sentido igualitario en la manera indiscriminada con que se burla de los
personajes más altos; su respeto por las mujeres y su cariño por los
niños; su cordial actitud para con los mendigos, su afición popular por
todo lo que constituye la unidad espiritual del pueblo".
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