Tertulias pisqueras Dónde se sigue al Pisco en la vida de los peruanos
El pisco, una costumbre entrañable
Federico Flores Galindo, a quien se conocía en el ambiente literario del
novecientos por el seudónimo de Dalmiro, público un elogio de las
comidas y bebidas del Perú.
Como anticipándose a lo que bastantes años después realizaría otro escritor costumbrista, Adán Felipe Mejía, El Corregidor, hizo la poética alabanza del tocino suculento, el camote y el choclo tierno, así como de la papa sancochada, el mote, la robusta salchicha y el estofado a la criolla. Se refirió, en versos armoniosos, al dulce de frijoles, al pan de Guatemala, al bizcocho de Chancay a la tortilla...
“con bastante manteca y con cebolla”. Y registro en poemas plenos de
gracia sus remembranzas del sabor del vino, la chicha de jora y del
aguardiente de uva:
Voy a cantar las fiestas del Cercado
Ya que de Huacho celebre la sopa;
Es en Lima un paseo celebrado
Que tiene fama hasta en la culta Europa.
Allí se hace el picante improvisado,
Se bebe el pisco en cristalina copa,
Y cuando menos el amante piensa
Obtiene de su amor la recompensa.
Algo después, José Gálvez, a quien Ricardo Palma había legado su pluma
de cronista de la vieja Lima, contaba que en las fiestas de antaño, al
son de las cajas y el bordoneo de las guitarras, mientras los cantores
desplegaban en el aire los versos melancólicos de un vals y las parejas
interpretaban el ritmo con la cadencia de sus cuerpos, la conversación y
alegría discurrían como impelidas por la música y el “alborotador
quitapesares”. Fiestas criollas que se prolongaban mas allá de las
obligaciones, encerronas de varios días, en que la solidaridad en el
gasto y el empeño común por gozar de cada instante eran característica
principal.
En aquellas fiestas, “según antiquísima costumbre el pisco, que era del
bueno y legitimo, se guardaba en botijo de barro y se le echaba la llave
de la huerta, la que no podía sacarse hasta que no se consumiera todo
el sagrado liquido”.
Ya lo había dicho en algún momento Federico Blume: “Cuando el pueblo se
divierte lo hace casi siempre a base de pisco”. La cristalina bebida se
había entronizado en las fiestas populares y en los saraos de chaqué y
vestido largo. Diferían las formas de servir y de beber, pero siempre el
pisco estaba presente.
En su novela Los Cojinovas, Manuel Moncloa y Covarrubias no solamente
ofrece el cuadro de una celebración criolla, sino también describe el
modo como, en esa especie de competencia sorda de gustos y de aficiones
báquicas, el pisco fue imponiendo sus reales: “Volvieron a beber.
Garnier pidió entonces cerveza, y Manonga lo acompaño con una rayada de
pisco, poniendo los ojos en blanco y dando al acabar una media vuelta
que lucio hasta las corvas.
“El francés repitió. Relleno saco la botella y un vaso, y la etiqueta de los primeros momentos desapareció.
“Media hora después el pisco imperaba, y por aquí y por allá, se oía:
¡Mi amor con usted se va!, ¡Correspondido será!, ¡Sin corona, que no soy
hijo de fraile!, ¡Hasta verte, Cristo mío!, ¡Quiero conocer sus
secretos!, ¡No sea usted liso!... y demás voces de combate.
“Mientras tanto, monsieur Garnier medio sarazón, abrazaba a Manonga, que le decía al oído:
-Monsiu, si eres Francisco, muestra las llagas.”
Recetario popular
La presencia del pisco en los principales eventos de la vida cotidiana
de los peruanos da cuenta de la definitiva incorporación de esta bebida
al acervo cultural nacional. La inventiva de las gentes de estas tierras
esta también reflejada en la preparación de cócteles diversos cuyo
principal ingrediente es el pisco “puro de uva”. Sin lugar a dudas, el
“pisco sour” es él mas celebrado de todos ellos y su renombre ha
trascendido las fronteras del Perú.
Desde antaño, el cálido sabor del pisco atiza la apicarada charla, el
salpimentado palique de los hombres de estas tierras. Y es el
“alborotador quitapesares” que circula de mano en mano, en
los ritos colectivos de vida y de muerte. Parafraseando al poeta Acisclo
Villarán, diremos finalmente, que es el santo remedio para el pesar,
los quebrantos y las preocupaciones:
Eso es lo que no se explica,
No miro claro, estoy bizco;
Pero la razón me indica
Que nadie se muere en ICA
Estando el remedio en Pisco.
Fin