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Buenos Aires Conferencia de incorporación a la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la comunicación 14 de julio de 2016

 

Agradeciendo al Dr. Eduardo Dargent Chamot Presidente de la Academia Peruana del Pisco por permitirnos compartir esta nota. 

 

El lenguaje del pisco
Eduardo Dargent Chamot
Academia Peruana del Pisco
Universidad Ricardo Palma.
Lima, Perú

 Me mencionaron que hoy debía comunicarles algo. Algo que encuentren interesante, y que signifique alguna novedad a lo que ya todos sabemos.  Aquí, en este país maravilloso que nos impresiona a diario con la calidad de sus vinos, producto del cual todos los sudamericanos nos hacemos lenguas ensalzándolo con orgullo y apropiándonos un poco del logro del vecino destacado, quiero hablarles de pisco, nuestro destilado, pero además voy a tener el atrevimiento de hablarles de vino.

Hace un par de años en Xi An, China, luego de visitar a los guerreros de terracota, el paseo continuó con la vista al barrio musulmán y a la mezquita. Encontrar chinos con turbantes y letreros escritos en árabe me parecía una incongruencia total, hasta que la guía dijo las palabras mágicas “Xi An era el inicio de la ruta de la seda,” y todas las piezas encajaron en la cabeza del historiador…

Algo similar pasa con el lenguaje del pisco. 



En el valle pisquero de Moquegua existe un problema. Ha sido difícil convencer a los productores de pisco que cambien el estaño por cobre en sus alambiques.  ¡Capricho de moqueguanos!, piensan algunos, pero en realidad es mucho más.  Los valles de Arequipa y Moquegua vendían su vino y “aguardiente  de Vítor, de Majes o de Moquegua” al Alto Perú, tierra pródiga en la producción de estaño y ésa era una de las importantes mercaderías  de retorno. Así se entiende, como en el caso de los chinos con turbante, una realidad enraizada en el comercio y la tradición.

El pisco, pues, es más que un agradable destilado de vino. Es un lenguaje de transculturación que hizo muchas cosas aparte de calentar a los mineros en los fríos andinos, alegrar las fiestas y refrescar a los agricultores en los calores de la costa. El pisco fue una cultura y en la ruta al alto Perú esperaban el paso de los arrieros de Majes con su carga de vino y aguardiente porque con ellos llegaba la alegría y se movía el comercio.

El antropólogo Jorge Flores Ochoa comenta que la subida por  “la ruta de los majeños” a los Andes tenía un desvío que llevaba al Cusco y Paucartambo, camino ya a la amazonia, mientras que otro seguía hacia Potosí. Lo interesante es que a lo largo del camino iban marcando las paradas y, aún en el año 2007, un poblador con muchos años a cuestas, llamado José Luis Muñoz, dio un valioso testimonio al distinguido científico social y a sus acompañantes. Recordaba el anciano que:

Los majeños que llegaban a Quiquijana se establecían aquí en la plaza y su arribo era un acontecimiento porque traían vino y se emborrachaban y bailaban en ésta plaza de Quiquijana. De aquí continuaban hacia Ocongate y Paucartambo a intercambiar productos.  

Servía también el lenguaje visual para hablar aprovechando el imaginario propio de la época. Las botijas de pisco en muchos de los valles llevan una cruz y el nombre de santos a los que está encomendada su protección, sin embargo cuando en el siglo XVIII los ánimos estaban caldeados contra los jesuitas, hasta el virrey Amat (1761–1776), más conocido por embellecer Lima y sus amores con la Perricholi, sin considerar que las utilidades de las haciendas jesuitas servían para financiar los colegios y demás centros de saber del virreinato que estaban en manos de ésta orden, llega a escribir al rey Carlos III, sin duda para darle contentillo, que había estado en el puerto, lugar donde descargaban el vino y aguardiente procedentes de Pisco, los que luego eran trasladados hacia el interior y la sierra norte del país, en las recuas de mulas y llamas que esperaban al lado de las lagunas del Callao o que era trasbordados a naves mayores que los llevaban a los puertos del norte del Perú y del continente. El virrey cuenta que:

“Una de las cosas más repugnantes de su visita eran millares de botijas de aguardientes que transitaban por las calles del Callao y Lima marcadas con el sacrosanto nombre de Jesús”   

Es necesario regresar, buscar los orígenes y las formas de comunicación que ha encontrado el pisco y el vino para llegar a los tiempos actuales con un importante bagaje de cultura respaldándolos. Desde el documento oficial hasta las canciones populares de la vendimia; desde los testamentos y fotografías hasta las devociones  religiosas. Todo junto va formando un corpus riquísimo.

 Al tratar del desarrollo enológico del país se usa como fuente básica las crónicas tempranas de esos grandes comunicadores de los orígenes del virreinato que fueron Garcilaso de la Vega “El Inca”, el jesuita Joseph de Acosta, Pedro Cieza de León, el cura Bernabé Cobo y otros. La búsqueda de los documentos notariales llenan muchas veces con creces los vacíos que deja la crónica: ventas, contratos de alfareros y trajinantes, testamentos y listas de inventarios. Hasta los partes de guerra iluminan el camino. En tiempos más recientes serán los diarios de viajeros y las noticias periodísticas y las fotografías las encargadas de fijar los hechos para evitar su pérdida. Todo nos comunica el devenir del producto que interesa y va formando un corpus sólido de información que permite ir conociendo la verdad.
 
Cieza de León, el cronista y soldado que llegó al Perú con el pacificador La Gasca a terminar con la rebelión de los Pizarro, cuenta que en 1547 vio uvas sembradas al norte del Perú pero que aún no se había producido vino y, según dice, considera que por el clima del lugar, si se hace vino, éste será malo.  

Garcilaso de la Vega, “El Inca”, ha dejado otra noticia sobre uvas tempranas. El  hace referencia a las primeras uvas producidas en los alrededores del Cusco por Bartolomé Terrazas, miembro de la expedición de Almagro, quien “plantó una viña en su repartimiento de indios llamado Achanquillo, en la provincia de Condesuyo” y que en 1555:

Por mostrar el fruto de sus manos y la liberalidad de su ánimo, embió 30 indios cargados de muy hermosas uvas a Garcilasso de la Vega, mi señor, su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los cavalleros de aquella ciudad, para que todos gozassen del fruto de su trabajo.  

Termina la idea ‘el Inca’ diciendo que de haberse vendido esa uva, podría su dueño haber sacado de cuatro a cinco mil ducados y que él gozó de esas frutas, porque su padre le encomendó repartirlas a los caballeros del Cusco.

Pero es el cronista jesuita Joseph de Acosta, quien permaneció en el Perú desde el 28 de abril de 1572 hasta mayo o junio de 1586, quien primero en extenderse en el tema que interesa, el vino.. Cura curioso éste Acosta, tanto en cosas místicas como profanas, habla del vino que se producía en el Perú durante su larga estancia y cuando decide regresar a España, lo hace por México donde permanece un año entero para seguir su investigación de naturalista y es entonces que dirá:

En una cosa, empero le hace gran ventaja el Perú, que es el vino porque en el Perú se da mucho y bueno, y cada día va creciendo la labor de viñas  que se dan en valles muy calientes, donde hay regadío de acequias.  En la Nueva España, aunque hay uvas, no llegan a aquella sazón que se requiere para hacer vino;  la causa es llover allá en julio y agosto que es cuando la uva madura y así no llega a madurar lo que es menester.       

Más adelante, Acosta explica que ni en las islas ni en Tierra firme hay uvas o vino, y reitera lo dicho sobre Nueva España, donde las uvas no pueden madurar por las lluvias y sólo sirven para comer.

¿Y del pisco qué? Pisco es un puerto en la costa central del Perú a 250 kilómetros al sur de la capital.  Por ese puerto se embarcaba el aguardiente producido en los valles de Ica, Pisco y Chincha y era llamado “Aguardiente de Pisco”. Pisco está registrado en la cartografía desde el primer mapa de la costa del Perú que es el de Diego Méndez y data de 1574.  Su nombre no es yunga, es decir costeño,  sino quechua y fue dado por el Inca Pachacutec cuando al llegar a esos parajes se encontró con la cantidad de aves que lo habitaban y lo llamo “Pishcu”, ave.  Son muchos los lugares del Perú que llevan la palabra “pisco” como parte del topónimo. “Piscobamba” por ejemplo, que significa Pampa de las aves.  Pisco como nombre de lugar viene recién desde la conquista Inca de la costa hacia 1450.

La noticia más antigua que se tiene sobre el aguardiente de Ica y Pisco es el testamento de Pedro Manuel llamado “El Griego” natural de Corfú fechado en Ica el 31 de abril de 1613.  Hoy sabemos que en 1608 ya estaba Pedro Manuel en Ica dedicado al negocio del vino.  No se tiene fecha de su  llegada pero se supone que fue entre fines del siglo XVI y los primeros años del XVII.  

El testamento, de otro lado, es muy explícito cuando se refiere a sus destilados y el equipo que usaba.  Además de detallar propiedades, deudas y obligaciones,  refiere que Pedro Manuel tiene:

treinta tinajas de burney y llenas de aguardiente que ternán ciento y sesenta botijuelas de aguardiente, más un varrill lleno de aguardiente que terná treinta votixuelas de dicha agua ardiente.   

Luego pasa a describir los equipos con los que cuenta para la elaboración del aguardiente: “Una caldera grande de cobre para sacar aguardiente con su tapa e cañón.”  Es decir, usaba una falca u olla aguardentera y no un alambique.

Por esa misma época Pedro de León Portocarrero, conocido por el apelativo de “El judío portugués”, cuyos apuntes tomados entre 1609 y 1616, fueron descubiertos y publicados inicialmente por el historiador argentino Boleslao Lewin y recientemente por la Universidad Ricardo Palma, al terminar unos comentarios sobre el vino  y sus precios dice: “fazen mucho aguardiente en el Perú y muy bueno".   

Otro hito temprano es la información dejada por el padre Bernabé Cobo, en su Historia del Nuevo Mundo. Allí cuenta que hacia 1625 que era cuando vivía él en Pisco, se aprovechaba todos los productos de la vid y en la lista, al lado del vino, las pasas y el arrope, menciona el aguardiente.  

Una cuarta referencia temprana la encontró, también mi colega Lorenzo Huertas,  en la escritura pública del 11 de diciembre de 1633, en la cual hay una lista de propiedades de un vecino de Ica llamado Alonso García de Zepeda, entre las que se encuentra “Un lagar de madera y una paila de sacar aguardiente”.  

Queda confirmado  con los casos citados que la producción del aguardiente de pisco en el país no era un asunto aislado sino que estaba difundida al llegar al primer tercio del siglo XVII.

Debe explicarse y aclararse que “pisco” no era durante tiempos virreinales un nombre genérico del aguardiente como han pretendido autores desinformados.  Los aguardientes se conocían por el valle de producción y así se hablaba de aguardiente de Majes, de Vítor, o de Pisco, entre otros, y el de Pisco era el producido en los valles antes mencionados.  La generalización del término se da mucho más tarde.  

Enrique (Heinrich) Witt, un alemán que llegó al Perú en 1824 a trabajar, en la Casa Gibbs en Arequipa, ha dejado un valioso diario de sus recorridos por el país.  En octubre de ese 1824 ya estaba Witt en la costa peruana y el domingo 3 hace su primera anotación sobre las bebidas que encuentra. Comenta que estando en el valle de Quilca, esperando las mulas que habían solicitado él y sus compañeros de viaje: “nos sentamos en una de las chozas y pasamos el tiempo tomando vino, pisco y chicha, una bebida fermentada hecha de maíz.”

Es en un viaje de 1828 cuando el alemán se extiende más en el tema que interesa, El día jueves 31 de julio utiliza el nombre “pisco” explícitamente para el aguardiente de uva. Ese día pasa por Chincha Baja y tras un recorrido de “8 leguas” llega al pueblo de Pisco que describe de la siguiente manera:

Pisco es el puerto de Ica, del que se encuentra a 14 leguas de distancia, y desde aquí se exporta todo el brandy o aguardiente del país que se produce y destila en ese lugar.  De ahí proviene el nombre de pisco, palabra con la que se conoce el brandy en todo el Perú.

Al día siguiente llegaron a la ciudad de Ica, en cuyos alrededores, anota, “hay viñedos en todas las estancias”. Y aclara que es poco el vino que se hace porque la mayor parte de los mostos se destilan para hacer aguardiente.

Describe luego el autor de las memorias, los precios del pisco y de las botijas así como su elaboración y peso, además da detalles sobre el transporte de estas en mulas. Lo más importante, sin embargo, es su visión, propia del comerciante, que era:
La comercialización que la gente de Ica realiza del brandy llamado pisco, es bastante considerable; proveen de él a todos los departamentos del norte del Perú, mientras que el brandy o aguardiente producido en los valles de Majes, Vitor, Moquegua y otros, es consumido en el sur y exportado a Bolivia.   

Incluso un siglo después, el año 1934, mi tío abuelo, don Jorge Chamot Arróspide publicó una nota en el diario ‘El Comercio’ de Lima, un 9 de julio -fecha tan significativa para ustedes- en la que hizo referencia a una gestión que él mismo había realizado ante el gobierno norteamericano, la que constituye una defensa temprana de la peruanidad del nombre pisco. Su misiva al departamento de Estado norteamericano estaba dirigida a impedir que se use el apelativo “Pisco” para aguardientes que no proviniesen del Perú. En su carta Chamot dice:

“…. Y sobre este particular debe hacerse hincapié que espíritus importados de otros países están usando el nombre “Pisco” que es producto exclusivamente peruano ya que el único Pisco genuino se produce en el área que rodea al puerto de Pisco en el Perú.”  

Quiero hablar ahora sobre el vino peruano. Permítanme por tanto dar marcha atrás y ubicarme nuevamente en el siglo XIX, cuando la historia de Argentina y la del Perú se conjugan en torno a ese gran hombre que tanto queremos en nuestros dos países, el General don José de San Martín, y recordar un evento anotado por don Manuel de Olazábal en sus Episodios de la guerra de la independencia, tanto por lo que toca a nuestra historia común como porque, al ver la actitud que se encuentra aún hoy entre algunos peruanos, podemos notar que es poco lo que se ha cambiado. Que nuevamente sea el prócer quien nos haga reflexionar:

“Cuando San Martín pasó a Chile dejó en su chacra cincuenta botellas de vino Moscatel que le había regalado el vecino don José Godoy. Corría el año 1823 y en su última visita a Mendoza, ya había olvidado aquella reserva, pero su administrador Pedro Advíncula Moyano, hombre honrado al fin, le trajo unas cuantas botellas. Inmediatamente le dijo que esa noche iba a recibir a unos amigos “y Ud. verá lo que somos los americanos, que en todo damos preferencia al extranjero”. Cambió entonces las etiquetas al de Málaga le puso Mendoza y viceversa. Primero sirvió el Málaga con el rótulo de Mendoza. Los convidados dijeron que era un rico vino pero que le faltaba fragancia. En seguida se llenaron nuevas copas con el falso Málaga, al momento los invitados prorrumpieron en exclamaciones. “Hay una inmensa diferencia, esto es exquisito, no hay punto de comparación”. San Martín con una gran risa, les dijo “Uds. Son unos pillos que se alucinan con el timbre”. (La etiqueta)

Traigo esta anécdota a colación porque así como la calidad del pisco es ampliamente reconocida, no es el mismo caso con nuestros vinos. Aclaro, por si acaso que no quiero dejar la impresión de que nuestros vinos sean mejores que los argentinos o los chilenos.  Tampoco que vayan a creer que nos movemos para desplazar a los vecinos del mercado. Para comenzar, nuestros productores de vino de exportación no llegan a la media docena, y el total de vino que se exporta es de alrededor de un millón de dólares anuales. Un volumen de risa si lo comparamos con Chile y la Argentina, pero sí tenemos algunos buenos vinos que debemos promover para que acompañen nuestra excelente y reconocida culinaria.  

Para mí un momento que marcó el antes y el después en la toma de conciencia sobre lo que estaba pasando en mi Perú con nuestros vinos  fue cuando hace un par de años ya, dos chefs vascos que habían llegado a Lima para a hacer una presentación de unos excelentes vinos españoles, visitaron las instalaciones del Instituto del Vino y el Pisco que yo dirigía y uno de ellos  me dijo:

Eduardo. Como queremos conocer algo de los vinos peruanos, los hemos pedido en dos restaurantes y en ambos casos nos han respondido algo así como “Tenemos, pero no se los recomendamos.”

No puedo describir la vergüenza y la cólera que sentí en ese momento. Extranjeros especialistas a los que tal vez les hubiese impresionado o tal vez no nuestro vino, pero que como sommeliers hubiesen podido hacer su propio juicio, vascos, tan nacionalistas como son, escuchando a un peruano que descalificaba lo suyo. La verdad es que, y quizás se me tilde de exagerado, lo sentí como traición a la patria.

Después de los terribles años pasados durante el gobierno militar con la Reforma Agraria, hubo de pasar tiempo antes de que la industria vitivinícola se pudiese levantar nuevamente y hoy cinco empresas trabajan seriamente, con la tecnología más moderna y mucho amor y entusiasmo por no solo recuperar el nivel que teníamos sino superarlo. La buena noticia es que lo están logrando con mucho éxito: Tacama e Intipalca ganan constantemente premios en concursos internacionales, cosa que también está haciendo la viña Tabernero.  Ocucaje, una de las bodegas más antiguas había decaído en los últimos años pero ahora, en manos de unos nuevos propietarios han sorprendido éste pasado verano con novedades excelentes. Y finalmente otra bodega tradicional, Vista Alegre, no ha bajado la guardia. Nuevas cepas, laboratorios modernísimos, enólogos nacionales e internacionales mirando los menores detalles están dando resultados a ojos vistas.  

Pero hacía falta algo más. Hacía falta que los peruanos interiorizáramos y dejáramos un poco eso que los mexicanos llaman “malinchismo” y sintiésemos orgullo por lo nuestro.  De hecho, ese ha sido en gran parte el éxito del pisco. El renacimiento del pisco. Ese paso que hace que hoy los jóvenes lleguen a una reunión con un pisco que acaban de descubrir y alaben sus cualidades. No se debe olvidar el esfuerzo de productores dedicados, pero sin ese sentimiento de orgullo por lo propio no se hubiese tampoco logrado. Como presidente de la Academia Peruana del Pisco podría dar muchos ejemplos, pero creo de todo corazón que es tiempo de que nos sintamos también orgullosos de nuestro vino.  

El producto es bueno y ahora, finalmente, gracias a la constante insistencia del parlamentario José Luis Elías se ha conseguido una ley que declara al vino peruano y al pisco de interés nacional y se espera que esto signifique una baja de los exagerados impuestos que debe pagar hoy en día para hacernos competitivos.
La extensión de nuestros campos de cultivo de vid es pequeña, limitado por el desierto que cubre toda la costa y es roto solo por unos ríos de poco caudal.  En esas condiciones nuestra economía de escala tiene todo en contra pero sin embargo se sigue adelante. Soy un convencido de que nuestra culinaria que hoy conquista el mundo, debe ir acompañada de nuestros vinos.

Aún muchos restaurantes de Lima y otras ciudades no tienen vinos peruanos en la carta o si lo tienen tal vez es solo uno y puesto, muchas veces, al final de la lista. Esto debe cambiar.  Y esto es también cuestión de comunicación. Hay necesidad de insistir, de probar y opinar.  Que no pase como con la quinua que no se comía en la costa porque es comida de la sierra y de los pollos. Hasta que la comieron unos astronautas en el espacio y como milagro subieron los precios de 3 a 20.

Ese esfuerzo por comunicar y sus buenos resultados es lo que hace que se siga hablando de pisco y que hace poco se haya publicado un libro con el pretencioso nombre de El pisco nació en Chile.  Ha sido necesario comunicar a los peruanos, para comenzar, el por qué de la confusión. Y aquí termino con algunos puntos para tomar nota.

Suena hasta ridícula la discusión sobre la peruanidad del pisco.  No se me ocurre que a ningún país se le pasara por la cabeza pretender que las “perlas de Mayórica o que el “Asti espumante”  la “mostaza de Dijón”, o el “queso Edam”  son de ellos y no de España, Italia, Francia u Holanda, respectivamente.  O que porque en el Perú se producía el “Champan Nochebuena” entre otros, se pueda alegar que el champan es un producto original peruano.  Pero así son las cosas y hay que aclarar ciertos aspectos con relación al nombre Pisco y al producto pisco.

Es verdad que el nombre “pisco” lo pusieron en etiquetas chilenas en 1882 durante la guerra con el Perú, esa guerra en la que ese otro argentino que queremos tanto, Roque Saenz Peña, se jugó la vida por nosotros, pero también es verdad que cuando tomaron el puerto de Pisco quedaron muy impresionados con la calidad de nuestro aguardiente que conocían bien porque desde hacía siglos lo exportábamos al sur.  

Es verdad que en 1936 para completar el juego cambiaron el nombre de un pueblo en el valle de Elqui a “Pisco” abandonando el que tenía, “La Unión”, porque convenía para los intereses comerciales.  Es verdad por último que el “pisco” no fue sino hasta tiempos muy recientes el nombre genérico de nuestro aguardiente de vino. Pero es verdad también que el “aguardiente de Pisco” era el que se exportaba de ese puerto desde tiempos virreinales tanto al norte hasta México como hasta el sur de Chile.

Y regresemos a Pisco. Pisco con mayúscula. Aparte de la falacia que se ha intentado introducir a la discusión argumentando que el nombre “pisco” de nuestro destilado era de uso genérico en el Alto Perú – léase Potosí – donde eran así llamados los aguardientes del sur peruano como los del norte de Chile, de lo que hablaremos luego, se pretende ahora decir que se destilaba aguardiente que llamaban “pisco” por el hecho de que en el testamento de un español llamado Marcelino Rodríguez propietario de la hacienda La Torre del valle de Elqui  y fechado en 1733 se mencionan “tres botijas de Pisco”, así con mayúscula lo que hace referencia al topónimo en un momento el que el único lugar con ese nombre se encuentra en la costa de Ica.  Es más. No es sorprendente que aparezca el nombre “Pisco” en Chile por cuanto desde dos siglo antes se exportaba el producto, vino primero y aguardiente, un siglo después, en botijas llamadas piscos desde el puerto de Pisco a esa región.

Se ha argumentado que el nombre genérico del aguardiente que llegaba al alto Perú, especialmente a Potosí, era “pisco” pero esto no es tal ya que si bien el nombre usado para los destilados era aguardiente, el nombre de su valle de procedencia sería su apellido. Así se denominaba aguardiente de Majes o aguardiente de Vítor o aguardiente de Pisco por ejemplo, siempre sumado al término aguardiente y con mayúscula como corresponde al topónimo.  Una prueba adicional que esto no pasa de ser un producto de la imaginación es que los bolivianos, quienes estarían más motivados por usar el término por la cercanía de producción, llamaron a su destilado del valle de Cinto, “Singani”.

En cuanto al nombre “pisco” para el aguardiente de la región de Ica y su puerto queda registrado explícitamente por viajeros que lo conocieron in situ.  Así William B. Stevenson en 1814 al pasar por el puerto de Pisco, además de mencionar la excelente calidad del producto, los volúmenes de producción y los embaces de arcilla cosida en los que se almacena, indica que “El aguardiente generalmente llamado pisco, pues debe su nombre al lugar donde es hecho, es de buen sabor y sin color.”   

Una década después, el clérigo  británico Hugh Salvin, visitó el país en los días cercanos a la Batalla de Ayacucho, y en sus escritos menciona por su nombre al aguardiente de vino. En su diario de viaje anota Salvin que el 24 de abril de 1825 visitó el puerto de Pisco y comenta al respecto que: “Este distrito es conocido por la fabricación de un licor fuerte que lleva el nombre de la ciudad”.  

Por su parte, el marino sueco Carl Johan Stogman que visitó el Perú a bordo de la la Fragata “Eugenie”, enviada a dar la vuelta al mundo entre 1851 y 1853, comenta su paso por el puerto de pisco diciendo “Allí se fabrica en gran escala un aguardiente que tiene mucha aceptación en toda la costa occidental y que se llama simplemente pisco.”.

Regresando al tema de la etiqueta de pisco de 1882 a la que le dan tanta importancia, es curiosa coincidencia que la fecha es justo durante la ocupación del Perú por las tropas chilenas y que tan solo el 23 de noviembre de 1880 anterior, es decir máximo dos años antes de la producción de la etiqueta, el coronel chileno José Domingo Amunátegui llegó a la campiña de Ica después de un recorrido de dos días desde el puerto de Pisco.  

En el Boletín de la Guerra del Pacífico 1879 a 1881, recopilación periódica de todos los partes y noticias que aparecieron publicados en Chile durante la contienda, en la página 877, bajo el título “Ocupación de Ica” se lee la descripción:

La ciudad de Ica es un pueblo de siete a ocho mil habitantes; Está rodeado de chacaras dedicadas  especialmente al cultivo de viñas que producen el famoso pisco.  

Es decir que el “pisco” era famoso sin duda porque se venía exportando a Chile como ya se ha dicho desde hacía varios siglos y no sería raro que este recordaris del Boletín y su relación al momento glorioso que estaban viviendo, entusiasmó lo suficiente como para imprimir las etiquetas con su nombre y pegarlas en las botellas del aguardiente del valle de Elqui. Si se va a jugar con hipótesis descabelladas, por qué no proponer que podría tratase también de aguardiente de Pisco llevado como botín de guerra y etiquetado localmente.

Para terminar creo conveniente hacer una referencia a la transformación forzada del nombre del pueblo de la Unión por el de Pisco, el 1 de febrero de 1936. En su afán de legitimar la usurpación de un topónimo extranjero, las autoridades sureñas optaron por la curiosa maniobra de cambiar por ley N° 5798 el nombre de dicha localidad, para de esa manera acomodar la situación a sus necesidades.  

No interesa hacer más juicios de valor y basta terminar estas líneas con la opinión de la premio Nobel de Literatura 1945, la chilena Gabriela Mistral, quien al respecto, destaca en un libro publicado en su patria hace sólo doce años atrás:

Naturalmente no llamaré nunca a La Unión por Pisco Elqui, triste ocurrencia de algún coquimbano que quiso reírse del lindo pueblo a lo tonto. Algún día hemos de devolverle su apelativo que apunta a la conjunción de los dos ríos. Yo sé que en ciertas casas bailaron y cantaron aquel fallo extranjero como una fiesta, y me alegró saberlo, pero de una alegría con dejo amargo".  

Mucha más cercana es la aceptación del rapto que hace la escritora Isabel Allende en su Mi país inventado, cuando dice: “El nombre de este licor se lo usurpamos sin contemplaciones a la ciudad de Pisco en el Perú”.  

¿Qué más se puede decir. Cuando se hace historia lo primero que se pide es la rigurosidad. Es verdad que como dice Braudel, donde el historiador se siente más cómodo es cuando hace historia de su patria, y es claro que es fácil dejarse llevar por el entusiasmo, pero siempre debe primar la rigurosidad y no la imaginación.  

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