Buenos Aires Conferencia de incorporación a la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la comunicación 14 de julio de 2016
Agradeciendo al Dr. Eduardo Dargent Chamot Presidente de la Academia Peruana del Pisco por permitirnos compartir esta nota.
El lenguaje del pisco
Eduardo Dargent Chamot
Academia Peruana del Pisco
Universidad Ricardo Palma.
Lima, Perú
Me
mencionaron que hoy debía comunicarles algo. Algo que encuentren
interesante, y que signifique alguna novedad a lo que ya todos sabemos.
Aquí, en este país maravilloso que nos impresiona a diario con la
calidad de sus vinos, producto del cual todos los sudamericanos nos
hacemos lenguas ensalzándolo con orgullo y apropiándonos un poco del
logro del vecino destacado, quiero hablarles de pisco, nuestro
destilado, pero además voy a tener el atrevimiento de hablarles de vino.
Hace un par de años en Xi An, China, luego de visitar a los guerreros de
terracota, el paseo continuó con la vista al barrio musulmán y a la
mezquita. Encontrar chinos con turbantes y letreros escritos en árabe me
parecía una incongruencia total, hasta que la guía dijo las palabras
mágicas “Xi An era el inicio de la ruta de la seda,” y todas las piezas
encajaron en la cabeza del historiador…
Algo similar pasa con el lenguaje del pisco.
En el valle pisquero de Moquegua existe un problema. Ha sido
difícil convencer a los productores de pisco que cambien el estaño por
cobre en sus alambiques. ¡Capricho de moqueguanos!, piensan algunos,
pero en realidad es mucho más. Los valles de Arequipa y Moquegua
vendían su vino y “aguardiente de Vítor, de Majes o de Moquegua” al
Alto Perú, tierra pródiga en la producción de estaño y ésa era una de
las importantes mercaderías de retorno. Así se entiende, como en el
caso de los chinos con turbante, una realidad enraizada en el comercio y
la tradición.
El pisco, pues, es más que un agradable destilado de vino. Es un
lenguaje de transculturación que hizo muchas cosas aparte de calentar a
los mineros en los fríos andinos, alegrar las fiestas y refrescar a los
agricultores en los calores de la costa. El pisco fue una cultura y en
la ruta al alto Perú esperaban el paso de los arrieros de Majes con su
carga de vino y aguardiente porque con ellos llegaba la alegría y se
movía el comercio.
El antropólogo Jorge Flores Ochoa comenta que la subida por “la ruta de
los majeños” a los Andes tenía un desvío que llevaba al Cusco y
Paucartambo, camino ya a la amazonia, mientras que otro seguía hacia
Potosí. Lo interesante es que a lo largo del camino iban marcando las
paradas y, aún en el año 2007, un poblador con muchos años a cuestas,
llamado José Luis Muñoz, dio un valioso testimonio al distinguido
científico social y a sus acompañantes. Recordaba el anciano que:
Los majeños que llegaban a Quiquijana se establecían aquí en la plaza y
su arribo era un acontecimiento porque traían vino y se emborrachaban y
bailaban en ésta plaza de Quiquijana. De aquí continuaban hacia Ocongate
y Paucartambo a intercambiar productos.
Servía también el lenguaje visual para hablar aprovechando el imaginario
propio de la época. Las botijas de pisco en muchos de los valles llevan
una cruz y el nombre de santos a los que está encomendada su
protección, sin embargo cuando en el siglo XVIII los ánimos estaban
caldeados contra los jesuitas, hasta el virrey Amat (1761–1776), más
conocido por embellecer Lima y sus amores con la Perricholi, sin
considerar que las utilidades de las haciendas jesuitas servían para
financiar los colegios y demás centros de saber del virreinato que
estaban en manos de ésta orden, llega a escribir al rey Carlos III, sin
duda para darle contentillo, que había estado en el puerto, lugar donde
descargaban el vino y aguardiente procedentes de Pisco, los que luego
eran trasladados hacia el interior y la sierra norte del país, en las
recuas de mulas y llamas que esperaban al lado de las lagunas del Callao
o que era trasbordados a naves mayores que los llevaban a los puertos
del norte del Perú y del continente. El virrey cuenta que:
“Una de las cosas más repugnantes de su visita eran millares de botijas
de aguardientes que transitaban por las calles del Callao y Lima
marcadas con el sacrosanto nombre de Jesús”
Es necesario regresar, buscar los orígenes y las formas de comunicación
que ha encontrado el pisco y el vino para llegar a los tiempos actuales
con un importante bagaje de cultura respaldándolos. Desde el documento
oficial hasta las canciones populares de la vendimia; desde los
testamentos y fotografías hasta las devociones religiosas. Todo junto
va formando un corpus riquísimo.
Al tratar del desarrollo enológico del país se usa como fuente básica
las crónicas tempranas de esos grandes comunicadores de los orígenes del
virreinato que fueron Garcilaso de la Vega “El Inca”, el jesuita Joseph
de Acosta, Pedro Cieza de León, el cura Bernabé Cobo y otros. La
búsqueda de los documentos notariales llenan muchas veces con creces los
vacíos que deja la crónica: ventas, contratos de alfareros y
trajinantes, testamentos y listas de inventarios. Hasta los partes de
guerra iluminan el camino. En tiempos más recientes serán los diarios de
viajeros y las noticias periodísticas y las fotografías las encargadas
de fijar los hechos para evitar su pérdida. Todo nos comunica el devenir
del producto que interesa y va formando un corpus sólido de información
que permite ir conociendo la verdad.
Cieza de León, el cronista y soldado que llegó al Perú con el
pacificador La Gasca a terminar con la rebelión de los Pizarro, cuenta
que en 1547 vio uvas sembradas al norte del Perú pero que aún no se
había producido vino y, según dice, considera que por el clima del
lugar, si se hace vino, éste será malo.
Garcilaso de la Vega, “El Inca”, ha dejado otra noticia sobre uvas
tempranas. El hace referencia a las primeras uvas producidas en los
alrededores del Cusco por Bartolomé Terrazas, miembro de la expedición
de Almagro, quien “plantó una viña en su repartimiento de indios llamado
Achanquillo, en la provincia de Condesuyo” y que en 1555:
Por mostrar el fruto de sus manos y la liberalidad de su ánimo, embió 30
indios cargados de muy hermosas uvas a Garcilasso de la Vega, mi señor,
su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los
cavalleros de aquella ciudad, para que todos gozassen del fruto de su
trabajo.
Termina la idea ‘el Inca’ diciendo que de haberse vendido esa uva,
podría su dueño haber sacado de cuatro a cinco mil ducados y que él gozó
de esas frutas, porque su padre le encomendó repartirlas a los
caballeros del Cusco.
Pero es el cronista jesuita Joseph de Acosta, quien permaneció en el
Perú desde el 28 de abril de 1572 hasta mayo o junio de 1586, quien
primero en extenderse en el tema que interesa, el vino.. Cura curioso
éste Acosta, tanto en cosas místicas como profanas, habla del vino que
se producía en el Perú durante su larga estancia y cuando decide
regresar a España, lo hace por México donde permanece un año entero para
seguir su investigación de naturalista y es entonces que dirá:
En una cosa, empero le hace gran ventaja el Perú, que es el vino porque
en el Perú se da mucho y bueno, y cada día va creciendo la labor de
viñas que se dan en valles muy calientes, donde hay regadío de
acequias. En la Nueva España, aunque hay uvas, no llegan a aquella
sazón que se requiere para hacer vino; la causa es llover allá en julio
y agosto que es cuando la uva madura y así no llega a madurar lo que es
menester.
Más adelante, Acosta explica que ni en las islas ni en Tierra firme hay
uvas o vino, y reitera lo dicho sobre Nueva España, donde las uvas no
pueden madurar por las lluvias y sólo sirven para comer.
¿Y del pisco qué? Pisco es un puerto en la costa central del Perú a 250
kilómetros al sur de la capital. Por ese puerto se embarcaba el
aguardiente producido en los valles de Ica, Pisco y Chincha y era
llamado “Aguardiente de Pisco”. Pisco está registrado en la cartografía
desde el primer mapa de la costa del Perú que es el de Diego Méndez y
data de 1574. Su nombre no es yunga, es decir costeño, sino quechua y
fue dado por el Inca Pachacutec cuando al llegar a esos parajes se
encontró con la cantidad de aves que lo habitaban y lo llamo “Pishcu”,
ave. Son muchos los lugares del Perú que llevan la palabra “pisco” como
parte del topónimo. “Piscobamba” por ejemplo, que significa Pampa de
las aves. Pisco como nombre de lugar viene recién desde la conquista
Inca de la costa hacia 1450.
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